martes, 24 de mayo de 2016

ERLEA MANEROS ZABALA: MÁS RUINA QUE UTOPÍA



ERLEA MANEROS ZABALA: SALA 403/UN ARTE PARA EL RÉGIMEN: RUINA Y UTOPÍA
MNCARS: 20/04/16-29/08/16 
(texto original publicado en Exit-express: http://exit-express.com/erlea-maneros-zabala-mas-ruina-que-utopia-3/)

El trabajo de Erlea Maneros (Bilbao, 1977) se sitúa dentro de esa gran veta de estrategias preocupadas por la producción y difusión de imágenes y, por lo que sabemos de su trabajo, por el dispositivo comúnmente asociado a tales efectos: el Museo. Bajo estas premisas, normal que un programa de exposiciones que funciona bajo la nomenclatura general de Fisuras y cuya misión es, como bien dice su propio nombre, crear una fisura en el entramado museístico, crear una grieta en ese cierre epistémico e ideológico sobre el que opera toda exposición, haya elegido el trabajo de Maneros como una de sus propuestas. Es más: incardinada bajo tales supuestos de fractura, la exposición no es sino un ejemplo bien preciso.
Así pues, llegados a este punto de aquiescencia entre Museo y artista, solo podemos hacer dos cosas. Y las dos, queremos subrayar, igual de válidas. O cantar lo preciso y bien ejecutado de la exposición, lo bien que se acopla a lo que eran los requerimientos de la institución-Museo o, por el contrario, clamar –quizá solo susurrar– lo insustancialmente cansino de la propuesta.
            Sí, las dos igualmente válidas porque, para un arte que está ya para pocos trotes, cierto que pretender grandes dosis de criticidad es algo ya más que utópico y que lo que mejor podemos hacer es contentarnos con ejercicios de meta-reflexividad tamizados por esa capa de estudios de visualidad que tantos y tan buenos réditos están dando en una época en la que el arte se ve desarbolado y desarmado frente a otras economías y dispositivos de difusión de imágenes.
Pero, claro está y por el contrario, como contentarnos con un programa de mínimos no debería ser aspiración para ningún ejercicio mínimo de crítica, preferimos sortear el impulso conciliador que todos llevamos dentro y adentrarnos por las cavernosas galerías que supone el calificar esta exposición como de fiasco.


Erlea Maneros trampea con la pregunta romántica e idealista que se cuestiona qué hacen las obras de arte cuando el museo de arte está vacío y cerrado para, desde ahí, trazar un supuesto ejercicio de articulación crítica, de cuestionamiento en el ejercicio del ver y del mirar, de puesta entre paréntesis de la red de narraciones que han venido a construir una determinada Historia canónica del Arte. Para ello la artista vasca dispone una escenografía donde por arte de birlibirloque –es decir, por reglas que solo el propio arte se da a sí mismo– crea el sortilegio para la asunción de una disyunción, de una falla, de una diferencia entre la narración institucional y la inferida de la teatralidad con que dota Maneros a las obras en cuestión.        
Conectando la sala donde se expone su obra con la 403, sala titulada precisamente “Un arte para el régimen: ruina y utopía en el sueño de exaltación nacional”; conectando la propia obra de Maneros, la dramaturgia de 24 horas por ella ideada, con las obras expuestas en la original sala 403; conectando también la actualidad de nuestro presente con aquel tiempo posbélico y dictatorial en el que cabe encuadrar las obra de la susodicha sala 403… haciendo todo esto, debería emerger una decantación diferencial de la propia historia del arte español, de las razones que tiene el arte para decir si sí o si no, esto o aquello, es una obra de arte, si merece un hueco en el archivo sagrado del arte, etc.  
Pero lo cierto es que por muy entrenados que estemos, por mucho que sepamos los resortes conceptuales de un arte que se basta y se sobra a sí mismo para pensarse en relación a sus condiciones de producción, tal diferencia no llega. Una  de las razones, pensamos, es que el ejercicio puramente visual, la propuesta netamente estética, es tan mínima, tan insustancial, que apenas abre el diafragma de lo pensable y lo posible para que surja la cuestión silenciada, para que salga a la palestra la historia no contada, para que la dialéctica ideológica que anima la formación de cualquier colección museística ensaye un exabrupto con el que sonsacar algún momento de falsedad.  
                Todo es tan recatadamente conceptual, tan analgésicamente formal, que a duras penas se logra extraer algo que no sea, eso sí, la felicidad de haber asistido a otra vuelta de tuerca en ese ejercicio testosterónico de pensarse a sí mismo y que el arte realiza con singular destreza. O, dicho de otra manera, es mucho suponer que de la ficcionalización teatralizada donde los actores son obras de arte, por mucha descontextualización y deconstrucción con que sazonemos la propuesta, se llegue, cómo señala la hojita de sala, al cuestionamiento e interrogación “sobre sus condiciones históricas y el contexto en el que fueron creadas”.


Pero también hay otra razón vinculada a la propia motivación del programa Fisuras: invertir la mirada con que el espectador viene adoctrinado de casa. Y es que en este momento en el que el arte se ha convertido en potente motor de una cultura devenida industria de masas, el espectador deambula como narcotizado por museos, salas y obras de arte en busca de algo que llevarse a la boca con verdadero gusto hasta que, en esa espera infinita, termina por renunciar e irse a su casa con una conclusión amarga pero feliz: un museo visto, un museo menos. Dicho esto, y si es cierto que invertir los modos de mirar es labor principal del propio arte, no es menos cierto que tal inversión se asienta en una paradoja fundacional: sólo son susceptibles de ser modificados en su apreciación del arte aquellos espectadores que ya sabían previamente cómo mirar. Así pues, el arte, al menos este arte enclavado en estrategias de ramplona metareflexividad, realiza un movimiento necesario pero de todo punto inalcanzable.
En definitiva, insistimos, pretender el surgimiento de una cuestión en relación al arte por mor únicamente de una supuesta danza a varias manos, es un subterfugio estético que esconde la propia fatiga con que carga el arte: que de tanto ejercer de dispositivo de reflexión ha terminado por pensarse a sí mismo en un gran ejercicio onanístico de placer autosatisfactorio pero que solo consigue los réditos de los que partía. O, dicho de otro modo, el arte como reducto de placer para quien, previamente, adivina que aquello le va a causar placer. ¿No es el arte contemporáneo, a veces, como un gran ensayo de Paulov que nos hace salivar a alguno con la esperanza de que nos alimentará con un sabroso hueso, un hueso único, solo a disposición de un pequeño grupo selecto que sí saben?
Sin embargo, hay un resquicio, una puerta entreabierta por donde podemos contemplar esta obra de Maneros Zabala con verdadera potencia: en un mundo administrado por la hipervisión cibernética, el arte es usado, dice Boris Groys, “de la misma manera en que él o ella usan la información de las demás cosas en el mundo. Es como si todos nos hubiéramos convertido en el personal de un museo o una galería –el arte documentado explícitamente como una toma de lugar en el espacio unificado de actividades profanas”. Es decir, añado yo: no hay arte sino información sobre arte. En este sentido, la propuesta de la artista supondría una reconsideración dionisiaca y festiva del arte, un arte que se celebra y se conmemora, que sigue hablando, dialogando si se lo deja a sus anchas, si nos quitamos el velo sagrado de los ojos y dejamos que la obra de arte hable sin finalidad alguna. 
Así pues, ¿nos estamos desdiciendo? No: simplemente estamos poniendo encima de la mesa que si se dejase al arte operar más a sus anchas, no tan encima del juego resultadista de encontrar una finalidad inmediata para sus propuestos (en este caso el servir de acicate para pensar la colección, el museo, la institución, el arte, desde las ya manidas herramientas postconceptuales de la autoreflexividad crítica) quizá sacásemos todos, y en primer lugar el arte, mayor capacidad crítica.
Pero claro está, eso supondría dejar libre al arte. Y, a las pruebas me remito, cualquier cosa menos eso. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario