jueves, 27 de septiembre de 2012

LARA ALMARCEGUI: LÓGICAS DEL DESCAMPADO


LARA ALMARCEGUI: MADRID SUBTERRÁNEO
CENTRO DE ARTE DOS DE MAYO: 28/06/12-28/10/12
 
(texto publicado en 'arte10.com': http://www.arte10.com/noticias/index.php?id=420)
 

 Descampados, su protección y documentación, lugares en desuso rehabilitados, levantar asfaltos, etc: el trabajo de Lara Almarcegui se inserta en el tegumento de la ciudad para dar otra visión que rompa con la lógica del funcionalismo urbanista. En esta ocasión, además de repasar proyectos anteriores Almarcegui se sumerge en las profundidades de Madrid para sacar a la luz la memoria de lo olvidado. Hasta finales de octubre se puede ver en el CA2M el trabajo de una de nuestars artistas más internacionales.

 En la pamema compulsiva que vivimos, presos del zappeo masturbatorio diario, si de algo tenemos necesidad es de enfrentarnos con la posibilidad. Pensarla, diseñarla, catalogarla: la posibilidad como el trazo inmanente a la lógica que escribe nuestro tiempo. Porque cuando los desechos inundan la esfera social cifrada ahora en una videosfera cínica, cuando de igual manera poses de rebeldía u oposición son rápidamente digeridas por las fauces del sistema y revertidas en pantomimas idiotizantes, lo que nos queda es la referencia última a intuir siquiera la posibilidad.

Tejer la posibilidad dentro de la esfera que define la sensibilidad común de una sociedad es, sin lugar a dudas, la labor única de un arte que, plegado en esa (in)creencia de la que hacía gala Brea, sea capaz de no caer en narraciones del acabamiento, en ofuscarse en polémicas inútiles en relación al arte y al no-arte, ni en hacer de aquel, del arte, el ámbito para la redención escatológica o en asumir para sí la carga de una humanidad salvajemente lacerada. Y si decimos apuntar la posibilidad, es sin duda en su obturación hacia el futuro, en la construcción de esa sociedad siempre por venir, hacia donde el arte debe de apuntar en una monumentalización no de lo pasado sino del acontecimiento que está a la espera, aleteando en la posibilidad que abre todo futuro.



Estrategias para ello hay muchas, pero lo que hay que saber es que hoy el monumento está en el extrarradio, en los márgenes de visibilidad que nos ofrece esta mirada industrializada e inquisitoria. No hay ya lugar para la utopía sino, como mucho, para una heterotopía que nos libre momentáneamente de la anorexia pandémica que sufrimos. Una heteropía que, jugando con ese aberrante que se ha instalado en el seno de lo real, proceda a crear otra serie de emplazamientos, de deslizamientos y de series; una heterotopía que bascule hacia el extrarradio, hacia lo olvidado, hacia lo que segrega y expulsa la maquinaria libidinal del signo-mercancía.

Así entonces, si la experiencia contemporánea cabe comprenderla como la del “no-lugar”, la posibilidad del arte remite a operar otra inscripción en el lugar, en la topografía saturada de códigos en que deviene toda espectacularización. Y si esta promesa de posibilidad alude sin dudas a la deconstrucción, bien hay que convenir con Derrida en que la deconstrucción no es un método, sino un “ven” que silba entre los escombros, un “estar juntos” apuntalado sobre la violencia mimetizada del sistema. Así, la posibilidad es siempre un susurro que se lanza al futuro de un porvenir en comunidad.

Si nos ponemos estupendos a la hora de consignar las potencialidades del arte en estos tiempos de crisis generalizada es para toparnos de forma más original con la posibilidad que cifra Lara Almarcegui en su quehacer artístico. Porque ahora, cuando la labor de desescombro se hace ya ingente, hacia donde hay que mirar es hacia ese extrarradio al que antes nos hemos referido para atisbar otra posibilidad que no sea la archirecurrente de la pose rebelde o la melancolía tecnoexistencial.    

Si la Modernidad es un proceso de desposesión, ningún otro como aquel que toca en lo íntimo de un habitar no ya como acaecimiento del ser como existencia sino como saber técnico, como emplazamiento donde aniquilar esa siniestralidad endémica sobre la que acampa nuestro vivir. Porque el hogar es eso mismo: el emplazamiento donde puede desvelarse lo real de ese aberrante antes nombrado. El hogar es lo “cercano más lejano”, la lejanía de una proximidad que nos infunde el terror necesario para seguir viviendo. Lo desconocido que desde el origen conocemos, el terror de lo innombrable y de lo imposible. De ahí que las soluciones pasen únicamente por dos vías: o la bunkerización extrema o el idílico “en ningún lugar como fuera de casa”. Es decir, o acercarte tanto al trauma que te hagas uno con él, o dar vueltas en círculo –vueltas a la manzana global- para no toparte nunca con él.



De todo esto habla el trabajo de Lara Almarcegui: cuando la polis se ha convertido en el esperpento de la simulación y el espectáculo, cuando la dromótica funcionalista del urbanismo y el glamour de la mega-arquitectura ha arrasado páramos enteros de inocente habitar, nuestra artista se las ve con los retales de una planificación urbanística donde bien se puede decir que el mapa es el territorio: todo sucede en la superficie y todo construir remite a arruinar la posibilidad de habitar de acuerdo a índices que no queden referidos a la conquista de la publicidad y el marketing. Nada escapa a la lógica de la planificación estratégica de la megalópolis; lo pensado es lo construido.

Para ello Almarcegui pone en relación la ciudad con el páramo, con el descampado. Si lo primero remite a lo cerrado de un presente siempre insustituible, lo segundo alienta la posibilidad de lo nunca-acaecido. Y es que para Lara el descampado condensa en su perímetro las posibilidades que de fractura aletean aún en las moles disciplinarias de la ciudad postmoderna. Si el “no-lugar” remite al eterno retorno como temporalidad fugitiva de un mundo global, el “lugar-descampado” trata de exortizar todos los fantasmas de la identidad para dar cabida a la diferencia. La misma artista ha declarado que la definición de descampado que más le gusta es la de Ignasi de Solá Morales, quién se refiere a ellos como a “lugares vacíos”, lugares de posibilidad, lugares que no coinciden con su diseño o que, simplemente, no ha habido diseño para ellos. Lugares donde no hay nada y que, precisamente por ello, reúne en torno a sí todas las posibilidades y, como no también, todos los riesgos.  

Porque el riesgo está ahí mismo: si el “no-lugar” nos cobija aún en la sordidez de lo fantasmagórico (gasolineras, hoteles, aeropuertos, etc), el descampado nos indica el camino de no estar a cubierto, de estar a la intemperie, de –según esta lógica- no salir ya en el mapa. Porque, precisamente, el descampado es lo que no sale en el mapa: aquello que nadie ha construido pero que está ahí, y que precisamente en esa indefinición son capaces de articular algún cambio. Es decir, son promesas de posibilidad en el seno mismo de lo inamovible
 
 

Así pues, ni land-art ni arte público, tampoco eco-arte ni no-arquitectura. El trabajo de Almarcegui se sitúa en la necesidad misma de la estética: abrir topologías a la memoria de lo nuevo, remitir la construcción de la esfera común a otro ritmo de relaciones donde lo inesperado también suceda. Su trabajo consiste en catalogar esos espacios desnudos y transformarlos en espacios de memoria individual y colectiva.

Porque no hay posibilidad alguna sin una reconsideración de la memoria, sin un operar una fractura en la temporalidad causal de lo dado para priorizar las potencialidades siempre nuevas de lo ya-sido. Así, no solo el descampado, sino también el lugar abandonado (como la estación de tren abandonada de Fuentes del Ebro) o los paisajes subterráneos (como en este caso los de Madrid). Pero incluso el propio cavar de la artista en un descampado en busca de lo impredecible, o, más aún, lo aparentemente inútil de restaurar lo pasado para que sea demolido inmediatamente después (Mercado de Gros, San Sebastián). Y, sobre todo: pesar una ciudad, en este caso Sao Paulo. Porque pesándola, sumando las toneladas de cada material a lo largo y ancho de toda la ciudad, la ciudad queda reconvertida en una serie de cifras, en el aniquilamiento de toda utopía social y en el surgimiento de una posibilidad radical: la de hacer otras sumas, otras restas, en pensar la ciudad en su abstracción más potente. Y pensar es siempre abrirse a lo posible-diferente, en este caso tan diferente que objetivamente es imposible.

En definitiva, cortocircuitar con diferentes estrategias la secuencia lógica de la construcción y la utilidad, hacer de lo periférico y lo oculto la razón de ser de otra narración. Hacer de lo baldío y lo inhóspito la réplica perfecta al mito ilustrado de la ciudad. Esperar lo imposible, hacer lo inútil, buscar lo in-encontrable: es decir, hacer que la herida supure, que el pensamiento se tope con otra posibilidad.

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