martes, 10 de julio de 2012

LA FLOR Y LA NATA….O EL TRIUNFO DEL ESPECTÁCULO



 'La flor y la nata'…, o ‘la crême de la crême’, ‘la jet set’, la ‘high society’, la ‘gente guapa’, los ‘vip’s’, etc, etc. Títulos y renombres para aquellos destinados a la gloria, a beberse su vida a grandes sorbos, a la meritocracia del divismo insustancial. Y es que ya, ni flores ni crema de nata: para nombrar a lo más selecto de una sociedad, mejor fijarse en la nadería que más rápido fluye para hallar el lugar preciso en el que pace lo más aclamado de la sociedad.

Nada de títulos nobiliarios, de prestigios ganados en el campo de batalla; nada tampoco de la constancia del esfuerzo, de la autoridad, de la sapiencia del erudito. Ahora la flor y nata campa a sus anchas en el campo de lo ‘hiperespectacular’ y lo ‘hipervisible’.

Si la sociedad al unísono late según la pulsión dromótica del devenir líquido, la flor y nata queda cifrado en una inercia de clase, en una querencia latente en el pathos aristocrático que, junto a un cinismo superlativo, ve disolverse todos sus fundamentos y no ve otra solución que quedar refugiados en la pamema generalizada. Total y resumiendo, en la era del cinismo circunspecto, la flor y la nata es para aquel que se la trabaja: para aquel que hace de su careto exhibición y de su vida epítome del buenrollismo fiestero.

Y es que, se quiera o no, los mitos —y más en épocas de crisis como la actual— van cayendo uno a uno. Si la tesis según la cual uno asciende en el campo laboral hasta que alcanza su cuota de improductividad e inoperancia máxima era, hasta hace bien poco, una coletilla cachonda, hoy no es más que la cruda realidad. Desde políticos a actores, desde banqueros hasta presentadores de la tele, todos hacen gala de una macarrónica pose de enrollados que no es otra cosa que la imagen especular de su impotencia, de su quedar vendidos a una biografía de meapilas.

Pero las cosas no son así por casualidad: el capitalismo, centrifugado en su acercamiento excesivo al núcleo, a la zona traumática donde apuntito se desvela lo Real —que detrás no hay nada, absolutamente nada, solo si cabe las máscaras abyectas de esos “payasos”—, hace que lo esquizofrénico y traumático acampe a sus anchas en el campo libidinal, saltándose así todos los preceptos de reglaje y distancia. No por otra razón dice Zizek que las crisis no son otra cosa que la causa de haberse permitido a grandes masas de población acercarse demasiado a lo Real, causando —y buena prueba de esto puede ser nuestra nueva “princesa del pueblo”, la Belén Esteban— una esquizofrenia global, una pulsión sincopada como reducto de un exceso no digerido por el sistema.


Solucionar la metedura de pata no implicaría nada más que un reajuste en las posiciones que redundaría, como ahora sucede, en una tolerancia bienpensante frente al otro, en una eliminación de las diferencias para, así, rebajar la tensionalidad libidinal. Esta estrategia a seguir no ha sido difícil ya que hoy, cuando el plano de representación está anulado en la propia instantaneidad de la imagen-mundo, cuando asistimos a una barroquización extrema de los mundos de vida, todo es alegoría y de ahí que, como dijera Benjamin, “cualquier persona, cualquier relación puede ser cualquier cosa”.

Aunque, claro está, la alegoría misma es una alegoría: la de la lógica del espectáculo que dicta que verdad y falsedad son, ambas, un momento de lo mismo: el de la fantasmagoría que remite a esa creencia infundada del ‘cualquier cosa’ instalándose entonces como nueva zona traumática: imposible de diferenciar —porque en el fondo da lo mismo— que su pertenencia a lo más selecto y granado sea por mor de algún merito o sea simplemente una consecuencia de su genética idioticia, el caso es que la flor y nata ocupa ahora los parabienes de un nuevo capital, aquel que se necesita para el adiestramiento de grandes masas de gentes y la catexis de grandes cantidades libidinales: la flor y nata es entonces el epítome perfecto para aquel a quien aún se le permiten sus gozos y satisfacciones —ser cocainómana, cornuda, inculta, etc.— exhibiendo sus ‘triunfos’ lo más que pueda para el regocijo borreguil de los ‘iguales’, de los que ejercemos esa tolerancia de pardillos que no consiste en otra cosa que en aplaudir lo torticero del espectáculo, sea absoluto y triunfal.

Total y resumiendo, la flor y la nata: el “por mi hija mato” de la Esteban, los edredoning de los ratoncitos del Gran Hermano, la casposidad de la telebasura generalizada, la verborrea barata de nuestros politicastros, la flema histriónica y absurdamente ampulosa de nuestros famosos, etc. Todo eso y más conforma nuestra más preciada —y necesarias— élite, aquella que nos da nuestro chute diario de anestesia frente a lo Real.

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