jueves, 24 de mayo de 2012

DEL TIEMPO: SIN PRINCIPIO NI FIN


O COMEÇO DO FIN
GALERÍA EVA RUÍZ: hasta 31/05/12
La mayor virtud de esta exposición, la que dentro del evento Jugada a tres bandas nos ofrece la Galería Eva Ruíz, es que además de ser muy buena exposición es, según a mi me lo parece, de todo punto pertinente. Claro está que ser pertinente o no es algo muy parecido a no decir nada, pero si nos explicamos un poco, si buscamos las razones de este ‘parecer’, seguro la cosa queda más que clara.

Y es que las confusiones están tan al cabo de la calle, son tan procelosas los ejemplos de un arte melifluo y sin sustancia alguna, que esta exposición nos brinda la oportunidad de desenmascarar la verdad más verdadera del arte: ir al encuentro del tiempo, toparse con su más oculta posibilidad y hacer que implosione en la lógica de los hechos a la que, solo aparentemente, sirve.

¿Raro? Sí, quizás. Porque uno está más familiarizado con un arte endomingado con la flema revolucionaria, con el grito viscoso del que toma las partes por el todo y todavía está atrapado en las lógicas de la redención. Eso o todo lo contrario: un arte de pose y boato, de incineración turística, llamado a formar parte del ya más que incipiente capitalismo cultural –aquel que tiene en la forma artística el nudo gordiano de la narcolépsica generalizada.

Esta presente exposición, comisariada por David Armengol, tiene como leitmotiv principal el momento de indecibilidad en el cual el acontecimiento está a punto de suceder, de –así como quien dice- escapársenos de las manos. Es ese momento, instante antes, en que la esperanza se mezcla con la predicción, y la anticipación pareciera ser el juego nuestro de todos los días.

A partir de tan leve propuesta, los vericuetos hacia donde nos lanza esta exposición tocan redes neuronales de esto llamado arte. Y si, como es el caso de este amable blog, los intereses en la labor de crítica abordan problemas estético-filosóficos, las conexiones se multiplican casi por mil.

Y es que, para decirlo con la máxima brevedad posible, en una época en que el ser es devenir puro, las estrategias estéticas han de procurar hacer dinamitar el reino de lo hipervisible, reino sobre el que se ha erigido el complejo entramado productivo-libidinal sobre el que se asienta el triunfo aplastante del capital. Tiempo, capital y subjetividad, han quedado desde Aristóteles vinculado a priorizar la presencia, el tiempo-presente y, con ello, a hacer de la representación el eje discursivo principal a partir de cual distribuir poderes.


Si lo único pensable hasta hace bien poco es el “ahora” –ejemplificado en esa querencia a la presencia, al reposo, y, en definitiva, a la representación-, lo que se hace irrecusable para cualquier forma artística es situarse no ya en el espacio intersticial que separa cada corte de tiempo en una infinitud de ‘ahoras’, sino que más bien lo que ha de pretenderse es acoplarse con el movimiento de lo irrepresentable: ese trabajo del pensamiento que se sitúa en el mismo tránsito, en el mismo devenir de un sentido que siempre es simultáneo en dos direcciones, una que va y otra que viene.

“Alicia crece”, decía Deleuze. No va de un punto a otro, no remite ya a un movimiento aristotélico del antes y el después. Más bien se trata de la simultaneidad de un devenir cuya propiedad es esquivar el presente y que, en la medida en que lo logra, el devenir no soporta la separación ni la distinción entre el antes y el después. Resumiendo: “Alicia se está haciendo al mismo tiempo más grande de lo que era y más pequeña de lo que llegará a ser”. El sentido como bifurcación, como instantaneidad de un presente sin profundidad.

Y la dificultad entonces comienza justo ahora: porque, ¿cómo ‘representar’ esta lógica de lo impensable, cómo hacer representable este momento situado no ya en el tiempo presente sino en un tiempo-superficial, que no quede circunscrito al abismo insondable del pasado y el futuro? Y es que problema es siempre el mismo: el del paso, el del movimiento: ¿cómo pasar de A a B?, ¿cómo comenzar el movimiento?, ¿cómo empezar a andar?

Si antes hemos dicho entonces que esta exposición nos parece pertinente es precisamente porque lo que pretende –situarse en ese ‘otro’ tiempo- es aquello que pareciera haber sido olvidado las más de las veces por la propia práctica artística. Inundados como estamos de un arte que no hace más que seguirle el juego a la realidad –por muy gallito que se ponga a la hora de autodesignarse como político-, carcomidos por estrategias panfletarias y ampliamente consensuadas por las lógicas de lo visible, se nos antoja muy conveniente plantear una exposición que partiendo de posiciones humildes apunte a la urgencia que tenemos de no olvidar para qué estamos aquí.

Alumbrar, en definitiva, otra temporalidad no centrada en el presente ni que tampoco sea circular: la temporalidad del Aión, esa que es siempre ‘antes’ o ‘después’, pero que nunca es ‘ahora’: la acción no la dice el verbo en gerundio sino en infinitivo. ‘Crecer’, ‘amanecer’, etc.  Y es que el infinitivo expresa privilegiadamente el ‘acontecimiento’, ese algo de incorporal, intempestivo e inactual que se centrifuga a través de los cuerpos y las proposiciones: el sentido como superficie metafísica, la distancia o diferencia propia respecto del tiempo-presente, ese algo –la relación entre cuerpos y lenguaje, entre cronos y Aión- que ya no es corporal pero que aún no es proposicional.

Es decir, más que ‘amaneciendo’, el ir de un punto a otro del Sol, ‘amanecer’ (Overture, Fito Conesa) como temporalidad incorporal, como tiempo-presente sin profundidad, sin cortes que le hagan depender de un antes o un después. Más que un ascensor que vaya de la planta baja a la tercera (Música de Cámara. Video Tape’s Music, Fito Conesa), un ascensor en movimiento puro, en la duración (diría Bergson) de su movimiento de ‘subir’ y ‘bajar’. Casi nos lo ponen en bandeja: si esta última obra remitiría a la lógica de la imagen-movimiento de Deleuze, la primera supondría una imagen-tiempo.

Y lo que logra este pensamiento de la diferencia es situarse en una experiencia siempre diferente, no anclada en la factualidad del pasado ni en el futuro por-hacer: una memoria en doble dirección, aquella que desborda el recuerdo para incardinarse en lo no-sido, aquella que no remite a un futuro como consecutividad de hechos lógicos sino abierto a la más radical de las novedades: aquel que deja el tiempo ‘vacío’, a expensas de ser llenado a cada instante con el eterno retorno de la pura diferencia.

Así, por ejemplo, las obras de Pedro Magalhaes (Fake Memoirs) compuesta por fotografías tomadas en diferentes viajes y vivencias, cuestiona el carácter lineal de la memoria y el recuerdo: no ya rememorar lo ya-sido, sino atisbar lo que quedó en simple virtualidad, en simple potencia efectiva. No somos lo que recordamos, sino más bien los intersticios de una memoria que se evade a cada paso, que choca con el olvido como forma más precisa de elucidación. Una memoria siempre productiva, que no ha de rendir pleitesía al reino del sido ni del vendrá. Una memoria, como la de Proust: no ya el yo-Combray como memoria, sino el yo-Combray como lo nunca sucedido.


En definitiva, y para no alargarnos más, la labor de esta exposición es disponer los movimientos que ha de realizar el arte –el trabajo poético y de ficción- con el fin de lograr la que de verdad es su misión: subvertir la lógica causal de los hechos para toparse con ese quantum que se escapa, esa algo intempestivo que exuda la propia historia y que no puede catalizarse a partir de las lógicas del tiempo cronológico.

Una intersección entre la temporalidad de los hechos y el presente continuo de un tiempo sin espesor –entre la lógica de los hechos y la lógica de la poesía, entre los actos poéticos y los acontecimientos históricos - que puede abrirse siempre a la novedad de lo por-venir: aquello que, como el torbellino que fotografía Zoé T. Vizcaíno, no es movimiento sucediendo en o a través del tiempo, sino tiempo desgranándose en un acontecer puro. Pura virtualidad sin efecto, puro comienzo sin fin determinado.

¿Cómo atraparlo, como fijarlo sin para ello recurrir al tiempo del presente que fija, sin remitirse a la fantasmagoría de la representación?

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