martes, 6 de marzo de 2012

DE LA HISTORIA COMO EXCESO (Y LOS EXCESOS DE LA HISTORIA)



FERNANDO SÁNCHEZ CASTILLO: SÍNDROME DE GUERNICA
MATADERO: ABIERTO POR OBRAS: 20/01/12-08/04/12

Si algo caracteriza bien a las claras a la historia es ese reguero de excesos que va dejando a su paso. Con ello, obviamente, no nos estamos refiriendo a cualquier historia, sino a esa que nace con la sustitución del tiempo cíclico y griego por el tiempo lineal e irrepetible de la era cristiana. Y es que es nuestra civilización –vista de forma tan extensa como se quiera- la única capaz de hacer de cada instante una era irremplazable, la única capaz de matar al padre, de abrir el tiempo a la espera de la redención, la única capaz de llenarlo con la lenta letanía de la necesidad y el determinismo, de la huella del por-venir y el despojo de tienta de la barbarie en que queda cifrada toda historia.

Así, elevados sobre el promontorio que todo tiempo parece querer significar, sobre la gloria de la historia que todo tiempo inaugura y clausura a su paso, vamos nosotros dispendiando epopeyas y triunfos, derrotas y parabienes, para crearnos el espectro más preciso a un ya-sido que no es más que la escena vacía de un tiempo que nunca llega a ser testigo de sí mismo.

Y es que la Historia, y porque no sabemos salir de ahí, es eminentemente dialéctica. Quizá no en sentido radicalmente hegeliano, pero sí que –quizá en nuestra inoperancia- no sepamos pensarla de otra manera que no sea como el sustrato, el fondo de contraste sobre el que, algún día, se alumbrará una nueva humanidad, donde se llevará a cabo las destinación precisa de nuestra salvación, ya coincida ésta con la escatología cristiana o con la reapropiación de nuestra esencia perdida y alienada.

A tales efectos, y habida cuenta de que en la era cibernética en que nos encontramos sumidos -y viendo como el tiempo eclosiona en una red de transacciones llevadas al paroxismo del tiempo-límite- nada sucede nunca del todo, nos encontramos más perdidos que un pulpo en un garaje y no nos cansamos, en nuestro histriónico cinismo postmoderno, de repetirnos las célebres sentencias que Marx supo ver calificarían a una era entera: “todo lo sólido se disuelve en el aire”, y “la historia se repite primero como tragedia y después como parodia”.

Así, si bien Marx inaugura una ideología que se derrumba bajo sus propios pies, por lo que debería de ser glosado más meritoriamente es, pensamos, por ese saber que no habrá ya historia capaz de contenernos, que nos faltará el Acontecimiento que nos de aire y fundamento, y que nada vendrá ya nunca a salvarnos.

Así la Historia es ahora el despojo de tienta, la retahíla de excesos sincopados con el que querer silenciar olvido tras olvido, crimen tras crimen. La historia se juega ya en la dialéctica del nunca-pasa-nada, de la obscenidad del no haber nada bajo las apariencias, nada baja la pantalla plana de nuestra videoesfera.


Fernando Sánchez Castillo sabe de esta impostura, de este llegar tarde de la historia a su propia cita, y lleva un tiempo tratando de extraer petróleo de la impropiedad en que la penúltima historia de España ha quedado circunscrita. Perdida en sus propios recobecos, tratando de cogerle el aire a una memoria silenciada de forma tan consciente como inconsciente, la Historia de la Dictadura queda atrapada en un miedo glacial, en un silencio impoluto y ciertamente aborregado que, usurpado día sí y día también por manos que tratan de ejercitarse en la hermenéutica post mortem, se las ve y se las desea para ser algo más que un arma arrojadiza.

Con esas estamos, y con eso juega Sánchez Castillo, con el exceso de una tragedia no absorbida por completo por una Historia que nunca se basta a sí misma para comprenderse. La sabiduría de este artista es saber que tal exceso es propiamente el material predilecto –y perfecto- para un arte que ha de comprenderse como una grieta en la relación dada por válida según un juego política/estética determinado.

Así, si el arte redunda en un ejercicio disensual, en una provocación en la superficie misma de las hechos y los acontecimientos, en una falla en la lógica de lo dado a ver, decir y pensar, que mejor que la manufactura del exceso ciclotómico con el que toda Historia ha de cargar en su propio olvido para hallar la senda de la ficción perfecta, para violentar los esquivos silencios de una historia sordomuda a sus propios requerimientos.

Así si la Historia, en ese ser comparsa de la megalomanía política en la que suele caer, queda siempre a expensas de un juego ideológico que le haga enfrentarse a sus excesos no digeridos para dejarlos olvidados en algún hangar, en algún oscuro cajón, el arte a menudo –y este es el caso- tensa las cuerdas para hacer saltar por los aires tanto silencio enclaustrado, tanto miedo enfangado.

No estamos hablando del monumento, de la cita de un tiempo presente con el futuro de un por venir; no es la lógica del choque entre dos políticas que se abren la una a la otra a lo por venir. No estamos hablando tampoco de las estrategias genealógicas y arqueológicas de descubrir la historia sedimentada bajo toneladas de oprobio y olvido. Estamos –casi en las antípodas- ante la deglución imposible de unos acontecimientos para los que el sentido es imposible. Y es que eso es la Historia, el régimen de la violencia de lo increíble: símbolos que medien entre los excesos, y excesos como lógica inmanente a la atrocidad que supone toda historia. Porque la historia es la violencia de la escritura, la impropiedad de un tiempo y un lugar que siempre se escribe con la palabra increíble y para la que nunca quedan supervivientes suficientes como para narrar lo imposible.


Así el gesto de Sánchez Castillo consiste en gritar el silencio, en mostrar los vestigios de una dominación –porque toda historia se dice y se escribe desde la dominación-, en mostrar los excesos que no ha habido manera de hacerlos digerir y ejecutar el gesto maestro, la pirueta mágica de reconvertirlos en obra de arte.

Muchos habrá, seguro, que no entiendan la proeza sino como una más de las provocaciones a que nos tiene ‘acostumbrado’ el arte, como un ganarle por la mano a la actualidad y sacar pecho lo justo para hacerse la foto -un par de titulares- y punto. Pero la contundencia de lo ejecutado por Sánchez Castillo debería cortarnos casi la respiración: cuando pareciera que el arte no es más que la sirviente fraudulenta de una realidad apolítica que acude justo al arte para hallar el germen de lo político que logre prender, el arte le devuelve la bofetada pero por partida doble: la realidad, la historia, como lo queramos llamar, no basta, nunca basta, siempre es demasiado poco, o insuficientemente demasiada, pero nunca se contenta con su lugar dentro del Acontecimiento.

Y para eso ha de valer el arte: para mostrar, para señalar el oprobio de los propios excesos de una historia que luego no sabe donde meterse. Para eso vale el arte: para señalar lo increíble de toda historia, de toda violencia, para hacer oír la necesidad que ella misma tiene de silencio, para hacer hablar al silencio, al olvido. Para, en definitiva, sellar la puerta al pasado que se va y decir: ha sido siempre lo por venir. Para abrirnos al futuro de la espera y no dejarnos secar en la ignominia de un pasado acojonado él mismo de plantar cara.



OTRAS EXPOSICIONES DE SÁNCHEZ CASTILLO EN 'BLOGEARTE':
http://blogeartemadrid.blogspot.com/2010/07/tactica-y-poder-el-silencio-como.html

http://blogeartemadrid.blogspot.com/2009/02/el-poder-que-baila.html



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