jueves, 2 de febrero de 2012

PHILIPP FRÖHLICH: PINTURA DE LA NO-VISIÓN


PHILIPP FRÖHLICH: REMOTE VIEWING
GALERÍA SOLEDAD LORENZO: 19/01/12-25/02/2012

A golpe de brochazo y contundencia el joven pintor Fhilipp Frölich se está convirtiendo en referencia inexcusable del pictórico panorama patrio. Si en la anterior exposición en Soledad Lorenzo sorprendió por la novedad que supuso para muchos, en esta ocasión es la constatación de su maestría lo más destacable.

Pero además es que la seguridad no es algo resabido en la continuación de un discurso, sino que el propio Fröhlich se adentra un poco más, un paso más, en los dictados perceptivos de su arte. Y es que si en aquella muestra recordamos era el efectismo de una pintura que pareciera resultar tridimensional, ahora pareciera haber preferido el artista sorprender en la superficie pictórica para provocar un mirar perverso, una suspensión en el régimen de lo sabido para provocar una ruptura estética.

Trabajando a partir de maquetas que él mismo fabrica, sus lienzos reflejan la artificialidad del paisaje postmoderno, su mistérica presencia y su perversa vacuidad. Eligiendo puntos de vista un tanto extraños, su pintura nos muestra justo ese ‘no visto’ que vemos a cada instante: la inseguridad del dato, el desconocimiento de las escenografías por las que nos movemos, la falta radical de ejes y cortes orientativos. Todo remite ya a una mismidad, a un no-lugar global, que en su simulacro deviene escenografía fantasmagórica. Y eso, precisamente, es lo que nos da a ver.


Así, apartándose de una pintura autoreflexiva y autoproductiva, Fröhlich se adentra sin reparos ni vergüenza por sendas muy desconocida para la pintura: lo inacabado, lo disfuncional, lo disyuntivo de una narración que queda desconectada de su resolución. Lavabos, escaleras mecánicas, estaciones de autobús….: sus lienzos rezuman una no-historia que, pensamos, lejos de remitir a un unheimlicht freudiano redunda en un espacio público fantasmal y simulacionista.

Profundizando un poco más en esa característica espectral de la mirada, bien pudiéramos remitirnos a la última de sus obras presentadas y situada en la última sala de la galería: un tríptico que nos muestra un paisaje, un jardín, que –al menos al que suscribe- le recuerda al ‘Blow up’ de Antonioni: ampliando el material fotográfico uno termina, más que siendo capaz de verlo todo, por no ver nada. Es ahí justo, en ese terreno intersticial, donde el trabajo de Fröhlich ha de situarse. No en la perfección técnica, no en la capacidad de engaño a la vista, sino en la senda de problematizar un régimen escópico tan hiperadministrado como pueda ser el actual para situarse ahí donde ya nadie le espera. Porque justo cuando la pintura da el enésimo de sus cantos de cisne, una vez su muerte está ya más que asumida por todos, queda redimida a través de un ejercicio capaz de dirigirse al núcleo visceral de lo im-presentable y lo no-visto.

En definitiva entonces, que en la era de los dispositivos mediales, de la infografía instantánea, ahora cuando parece que somos capaces de verlo todo y tenerlo todo, resulte que cierta práctica artística desvele las imposturas ideológicas de un mirar que se nos antoja atrofiado y suspensivo, no puede por menos que sorprendernos.


Así por tanto, nada de efectismos, nada de trucos de magia: la herencia que puede adivinarse del puntillismo impresionista no remite al preciosismo de un juego de luces aplicado a lo urbano y suburbano como lo bello-natural, sino que remite a una misma problemática querida para toda la tradición pictórica desde el nacimiento de la fotografía y que apela a desvelar lo mentiroso de la tecnificación-estetización de la mirada. Así la luz, la mirada, la magnificencia de la técnica, no están llamados a abrirnos el mundo, sino a cerrarlo en aquel “mundo como imagen” de Heidegger o en este “mundo-imagen” de Buck-Morris.

La pintura de Fröhlich, como ejercicio de trincheras entonces, nos ofrece el espectro tenebroso que no queremos reconocer: que no vemos todo, que toda mirada está mediada y que, en definitiva, seguimos dependiendo de una mirada remota, de una capacidad extrasensorial de mirar y, en definitiva, de comunicarnos. ¿Será esa la única capacidad que nos queda de hacer espacio público?

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