jueves, 17 de febrero de 2011

ARCO'11: LIBERARSE DE LAS CADENAS


ARCO'11
MADRID: 16/02/11-20/02/11


Antes que nada, antes de ponernos a hablar de lo que se ha podido ver –se está pudiendo ver-en esta edición de ARCO, decir que, en lo que a mi respecta, comparto punto por punto lo dicho por Rosa Olivares en el texto que acompaña a la última edición de EXIT. Ni se tiene porqué parar el mundo, ni se ha de poner el grito en el cielo, ni se ha tampoco de despotricar año tras año de esta feria que, contando contando, va ya por su trigésima edición.
Quizá, esta pasión por lo traumático de todo post-ARCO, venga de que cada uno le pide a ARCO que solucione los problemas del arte español por arte de birlibirloque y que cada año, estos cinco días dejen entrever un futuro de colores entre tanta densa tiniebla. Pero es que, como dijo aquel, lo que no puede ser no puede ser y, además, es que es imposible. El arte español tiene problemas endémicos que para nada vendrán a solucionarse en apenas cinco días.
Dicho lo cual me parece muy acertada la opinión de poner en rojo la cita –ineludible e inexcusable- de ARCO, pero para nada tiene que tomarse esto de la feria como el bálsamo que cada año venga aponer paños calientes a una herida que se abre cada día un poquito más, ni tampoco ver en ella la cuasante única de nuestra sangrante situación.

        Incluso, problemas como el de la contumaz persecución fiscal al inversor de arte o el fracaso rotundo que ha sido el plantearse de nexo de unión entre latinoamérica y Europa, podrían verse tamizados si cada uno intentase sacar de esta feria algo positivo y que no se pidiesen imposibles a algo que ha de comprenderse, simplemente, como una parada más en la agenda cultural del país.

Dicho esto, si desde aquí nos ocupamos a la crítica de arte, no vamos a meternos en camisa de once varas y empezar a medir la viabilidad del proyecto empezado por la nueva directiva, ni a ver fantasmas del fracaso ni, tampoco es el caso, saludar a una nueva época con ruido de fanfarria.
En principio, y resumiendo, dos consideraciones: acierto definitivo en dejar la cosa en dos pabellones, y encefalograma casi plano –en términos eminentemente artísticos- para una edición que ya barruntaba pocas galerías iban a tirar la casa por la ventana. Fotografía de tamaño medio (mucha composición y políptico), pintura y escultura también mediana viene a significar más del 80% de las obras para una edición que parece haber olvidado el vídeo, la instalación, el arte sonoro o performativo y haberlo dejado para mejores ocasiones.

La colección de obras grandilocuentes, festivas, con cierto tono a espectacularidad y cabecera de telediario se podían contar esta vez con los dedos de una mano. Las sempiternas figuras de Enrique Marty, los melancólicos payasos de Folkert de Jong, el esqueleto de Barthelemy Toguo o los esqueletos danzarines de Javier Pérez, se suman a Kimberly Clark y sus esculturas hiperreales de chicas borrachas y Ximen Agarrido-Lecca con sus tétricos escenarios de cementerio. Carlos Aires con un cristo crucificado con el letrero ‘lets get lost’ y el giacometti encadenado de Elmgreen & Dragset ponen la puntilla a la estética de lo transbanal.

Dicho esto, lo que de verdad se lleva la palma en esta edición –y creo que ya en todas ya que se ha asentado como el objeto consumible privilegiado- es la fotografía paisajística o arquitectónica. La maestría absoluta de Axel Hutte comparte aquí cartel con Julian Rusefeldt (foto-video), Rafael G. Bianchi, Caio Reisewitz, Tiina Itkonen o Sandra Kantanen (estás dos últimas artistas nórdicas que comparten una misma estética). En la otra vertiente, Juan Manuel Ballesteros está presente en varias galerías, representa el aséptico formalismo, mientras que Andrew Moore y Jorn Vanhofen ponen la nota catastrófica.
Iñaki Gracenea, Iñaki Bonillas y Guillermo Rubi parecen compartir unos mismos presupuestos estéticos al incidir en la versión panóptico-serial de la reproducción técnica, con una visión más popera en Katharina Sieverding. Otros a destacar sería lo poético-distante de Gonzalo Lebrija, los rostros de payasos de Robert Volt, el gift superpuesto de Thomas Lochner, la cotidianeidad fantsmal de Catarina Botelho, el siempre contundente Slater Bradley, la seducción hiperestetizada de Jurgen Klauke o lo retropop de David Lachapelle. Por último, destacar a Thomas Ruff, quién combina la sordidez de un matadero con la indiscreción escópica del ver-no ver escenas pornográficas.
Video, como decimos, no hay mucho. Pero sí que se puede destacar a Sara Ramo, Avelino Sala, Dora García con su último trabajo antes de Venecia y a Annika Larssen. Varios escalones por debajo se puede ver a Carlos Reynaldas y la belleza-banalidad de un partido de futbol, Rubens Mano grabando una ciudad desde el aire (un poco en la estética de Colomer) y los trucajes de Artemio haciendo que Russell Crown luche contra nadie en un ‘Gladiator’ muy especial.
Entre lo escultórico-instalación hay mucho y bueno que destacar, aunque se echa de manos un mayor riesgo en las propuestas: los ya archivendidos Tony Cragg y Erwin Wurm, los chinos Xooang Choi y Hwan-Kwon Yi (este con sus figuras difusas fue la atracción principal del año pasado), Madelaine Berkhemer y su pop perverso, Allen Jones con una obra que será de las preferidas en los próximos días (lo aseguramos), Bene Bergado y lo traumático del esqueleto de reptil bajo la alfombra, son quizá lo que más llama la atención.

Pero hay mucho más: Mathew Darbyshire es siempre interesante con sus dobles-objetos; el motocarro de Benjamín Bergmann; Peter Pogiers, Lawrence Carroll, Olaf Holzapfel y Jurgen Drescher pueden destacar en cuanto lo más cercano a lo escultórico-minimalista; las figuras de bronce de Tim Eitel; el arte luminoso de Bruno Peinado o la marquesina luminosa de Philippe Parreno; Klaus Fritze y su penny lane particular; Adelina Loopes y su dorian grey; Rut Olabarria y una cabeza-fuente entre la inocencia y lo perverso.
Aunque quizá lo más reseñable, quizá sobre todo por el halo de novedad y de aire fresco que traen consigo quepa destacar la incubadora de Beth Moyses, los cubos con vaho de agua de Liam Gillick, el paraguas musical de Bernhard Leitner, la ‘mirada blanca’ de Ángel Marcos, los ventanales sellados con sabanas y vendas de Albert Corbí.
Las obras que se pueden ver de los artistas consagrados en esta edición de ARCO son medianas, nada de gigantismos (ni en la calidad ni, mucho menos, en la cantidad y dimensiones de la obra). Gunter Förg quizá sea el más repetido, pero tampoco están nada mal tres Neo Rauch, un par de Konellis, así como piezas sueltas de Julian Schnabel, Tony Oursler, Matthew Barney, Atelier van Lieshout, Boltanski (fantástico éste), Ana Mendieta, Arnulf Rainer, Balka o Richten dentro de lo más destacable.
De entre los españoles hay, como no podía ser de otro modo, mucho y bueno. Ha destacar la amplia la presencia del No de Santiago Sierra (parece que tanto ‘no’ da para algo más que para dar que hablar) así como de Ignasi Aballí, presente al menos en tres galerías. Entre las presencias ya comunes se puede nombrar a Jaume Plensa, Daniel Canogar, García-Alix, Susana Solano o Jordi Colomer. También con obra que se ha podido ver este año en sus galerías respectivas y que nos parecen interesantes han acudido Ana Laura Alaez, Manu Arregui, Jordi Alcaraz, Aitor Ortiz, Jacobo Castellano, Pablo Valbuena, Karmelo Bermejo, Eulalia Valldosera, Amaya González Reyes o Alicia Framis. Sin embargo, destacar tres nombres que han acudido con una obra tan amplia como contundente: Juan Ugalde, Juan del Junco y Sergio Prego.
Por último, hacer mención también, para bien o para mal, a los muñequitos de Baltazar Torres, a la delicadeza de Liliana Porter, a las casitas de Carlos Bunga, a Jonathan Hernández y sus cercanías simpáticas con Baldesari, a David Maljkovic que con una simple obra pequeña deja su huella, a la maestría rotunda de Eric Baudelaire y Angela Bullboch, a las estrategias ya desactivadas de Sanja Ivekovic o David G. Andujar, lo cansado ya de Susy Gómez o Jose Maria Sicilia, y lo improductivo de la gracieta revolucionaria de Manuela Ribadeneira y la estupidez sordida del ‘fuck you all’ de Javier Calleja.

Y como todo es cuestión de listas, esta vez nos decidimos a dar la nuestra de lo indispensable de ARCO de este año, ¡un TOP10 muy bien avenido!:
1- Marlon de Azambuja: sus réplicas de Museos de arte contemporáneo convertidas en jaulas de pájaros dan en al diana de lo que es  la contundencia poética en el arte.
2- Alfredo Jaar: convertido en figura indispensable de hacia donde tiene que ir un arte capaz de llamarse político, su arte incide en las estrategias que rigen la política de las imágenes. Ya fue el mejor el pasado año en Oliva Arauna y en ARCO sus obras destacan por su innegociable contundencia.
3- Nicolás Provost: su video ‘Stardust’ narra enfatizando los nexos entre realid dy ficción. Las Vegas como campo de experimentación de unas subjetividades, las nuestras, alimentadas por el espectáculo de montaña rusa.
4- Fran Meana: pese a su juventud, las obras que se pueden ver en Nogueras dan fe de una capacidad innata para saber dirigir la mirada ahí donde algo ha de volver a narrarse.
5- Joana Vasconcelos: lo artesanal como modo de dar voz a lo siempre callado. Sorprendente.
6- Dora García: presente en varias galerías, su contundencia y versatilidad la convierten sin lugar a dudas en una artista de calibre internacional.
7- Sergio Prego: también presente en un par de galerías, su trabajo aquí se destaca sobre el del resto. Video, fotografía, instalación tecnológica: el cuerpo como preocupación y el espacio como intrincado nexo coreográfico. 
8- Hans Peter Feldmann: toda una galería para él, la Mehdi Chouakri, nos demuestra que lo suyo es arte con mayúsculas.
9- Albert Corbí: sus ventanales por donde no se ve nada, metáfora quizá de una mirada -la nuestra- que ha de curarse.
10- Marina Abramovic: para una feria que ha apostado por recortar presupuesto, por replegarse en un arte en parte bastante insustancial, las imágenes de Marina destacan si se quiere más que nunca. El arte es pasión y drama, sufrimiento y aliento.

No hay comentarios:

Publicar un comentario