miércoles, 1 de abril de 2009

IMPLOSIÓN DE LA MIRADA: EL PAISAJE EN BUSCA DE FRONTERA


VINCENZO CASTELLA: 'THE PLOTS ARE HOMELESS'
GALERÍA FÚCARES: 07/03/09-18/04/09

La prescripción común de que solo tomando distancia se logra una panorámica general que conjura el peligro de los árboles que no dejan ver el bosque, no tiene mucho sentido hoy en día.
Hoy solo caben dos tipologías: lo adentro y lo afuera, lo relacional y lo no-relacional, lo sistémico y lo extra-sistémico. Ni profundidades ni elevaciones. Lo único, una basta y diáfana superficie global. Ni siquiera puede que una mirada. “En el corazón de esta videocultura siempre hay una pantalla, pero no hay forzosamente una mirada”, adelantó Baudrillard hace ya años.
Solo se existe en cuanto sustrato relacional, en cuanto protuberancia nodular. Es decir, solo se existe en cuanto en tanto se está conectado a la topología de la pantalla modular. Nuestra mirada, aún no siendo necesaria, solo se comprende como injertos y efectos de la superficie mediática. La lógica impone su sinsentido: solo lo que acontece en el plano puede ser insertado en las redes del simulacro; solo lo que existe como simulacro, existe ‘verdaderamente’.
Habiendo vencido la velocidad sobre el tiempo, lo que sucede al elevarse es que no se contempla mas que un tiempo devorado, fagocitado en una perpetua mismidad de tan desquiciado que estaba. Y es que es la velocidad, y no el tiempo, la esencializadora del acontecimiento.
Elevándose nada acontece; solo la mismidad del detritus de un tiempo, el cronológico, que, como un moderno Prometeo, comienza una y otra vez su peregrinaje en busca del sentido pero al que el tiempo global (el efecto de la velocidad límite) de la superficie mediática le devora el hígado.
Aún así, basta descubrir un simple promontorio, cualquier vestigio de asentamiento que incorpore un montículo aunque sea, cualquier plataforma, para convertirla de inmediato en perfecto mirador. Lo pintoresco, lo sublime-natural, siguen ejerciendo casi la misma fascinación que antaño. Toda belleza, y más aún la del paisaje, necesita de su puesta en escena, de su teatralidad aunque sea en forma de anquilosada conceptología romántica. Quizá sea esa la prueba última del despropósito: lo de no querer despojarnos de los andrajos del naufragio ilustrado y moderno.
Sin embargo, las fotografías de Vicenzo Castella escapan de toda belleza. Lo que atrae de sus fotografías es que, pese a la altura, no están tomadas desde ningún promontorio expositivo, llamémosle estético. No encuentran belleza y, si la hubiera, esta sería en seguida fagocitada a partir del punto de vista del artista que ha logrado con gran acierto hacer hincapié en el fuera de campo.
Nada hay de lo que informar. No se registran efectos de superficie ni monumentalidad alguna. La mirada, aún rozando lo artificioso, se comprende como un mirar a-sentimental. No se trata de ninguna estética del reportaje, sino de la poderosa máquina de simulación en que toda mirada, por el mero hecho de incidir en el plano-superficie, se ha convertido. Casi se llega al propio límite manifestado por Castella: la pretensión de una “construcción casi sin la mirada”. Es decir, el mismo límite del simulacro profetizado por Baudrillard.
Aglutinadores de espacio y tiempo, toda percepción, la nuestra en este caso, crea la paradoja de hacer surgir el no-lugar en cada trozo de realidad sedimentada y diseccionada por Castella. De ahí que la relación que se establece con lo otro del fuera de campo sea de perfecta mismidad en la exclusión.
En relación al espacio, descubrimos que la localización es circunstancial y no tiene importancia alguna. En relación al tiempo, descubrimos ligeras huellas en cada fotografía pero que han sido absorbidas por el propio tiempo expositivo. Así, la realidad del simulacro aparece en toda su desnudez: el paradigma del no-lugar como el efecto de superficie capaz de condensar todo acontecimiento se hace común en todo el globo.
Es decir, la pantalla-superficie de la implosión mediática se contrae al mínimo: el no-lugar como característica de una realidad simulada y estratificada en capas de instantáneas mismidades.
La desjerarquización, la subversión de los valores, alcanza aquí su apogeo y su cima: el ser queda encadenado a la mismidad que lo oculta. No hay nexo causal: en las redes del simulacro que lo abarca todo como inmenso no-lugar, el efecto es pre-existente a la causalidad de los cuerpos; no hay nexo social: la realidad sedimentada aboga por equilibrarlo todo en un caos frío de diferencial extrañamiento en la mismidad cotidiana.
El único espejismo de realidad es el que surge en los márgenes, en la frontera de la propia fotografía en contacto con un fuera de campo que parece conjurar la implosión del tiempo global. Pero es solo la esperanza de de lo imposible: la que pretende buscar aún el sentido en la dromótica de la velocidad límite.

No hay comentarios:

Publicar un comentario