domingo, 8 de febrero de 2009

LA REPETICIÓN DESNUDA DE UN CUENTO

SALVADOR DÍAZ: “EL TRAJE NUEVO DEL EMPERADOR”
GALERÍA FERNANDO PRADILLA (ENERO-FEBRERO 09)
Existe una corriente artística, que pronto, por el hartazgo que produce, bien pudieran llamarle movimiento con todas las letras, consistente en jugar en dos ámbitos bien diferenciados y que han corrido parejos en el diluirse de la modernidad en estas últimas dos décadas.
Me refiero a esa estratagema, porque no creo que llegue ni siquiera, exceptuando casos honrosísimos y que vieron la oportunidad en los años ochenta, que trata de, por un lado, tomar el sustrato realidad aportado por periódicos o noticieros de diferentes lugares del planeta, y por otro, desplegar, en paralelo, una serie de imágenes desprovistas de cualquier marco al que adherirse que no sea el del propio sentir del artista, en relación, alguna vez, al texto informacional que acompaña. En el chocar en la superficie del lienzo entre la imagen-realidad tomada de periódicos, y la imagen como tal, surgen, o se intenta que surja, algo que tenga que ver con algo parecido a la experiencia estética postmoderna: un deslizarse de significantes surgidos de la implosión mediática.
En ese doble movimiento de tomar una realidad, la que existe, la de la información, y trabajar con ella adosándola imágenes se logra un efecto, que si bien es socorrido y produce un material artístico de alguna envergadura, es necesario situar en su lugar y no hacer de ello lugar común de prácticas que hace ya años están empezando a mostrar signos de fatiga intelectual.
La sencillez de remontarse a la vieja técnica del collage y resituarla en el panorama actual de la posmodernidad, requiere una reflexión mas honda, o al menos mas variada, que el uso de periódicos con el fin, no ya de redefinir el papel del lienzo, como pudieran hacer los primeros cubistas, sino de hacer las veces de esa realidad hipervirtualizada en la red de informaciones en la que estamos situados.


Como fondo del lienzo, como punto de fuga de todas las demás imágenes que pueblan la obra, tiene su sentido, pero se requieren modalidades de sustrato que hagan gala de un atrevimiento mayor a la hora de situarse. Además, que la noticia, por sí sola, no es garante de nada, ni siquiera de esta realidad atrofiada en la información, sino que es el sistema completo, el simulacro en el que se inserta cada noticias en su dimensión de esencia-informativa susceptible de verse fagocitada por la hipercomunicación, lo que define el “sustrato-realidad”. El recortar-y-pegar que se propone como “engaño” a lo real tiene, parece ser, más que ver entonces con la obra en su faceta de selección y recolección de partes.
En su segundo movimiento, las imágenes, tomadas también de recortes de prensa, crean el polo opuesto. Ahora son estas las que son lanzadas a la red simulacional del espectáculo de la información. Como tales, resultan ser imágenes planas, pura superficie, puro acontecimiento insertado en el todo de la realidad virtualizada.
El artista, por tanto, toma lo real-fantasmagórico al pie de la letra: aquello que es carne de cañón, y, en su doble vertiente de texto e imagen, lo hace ponerse en contacto en la pantalla plana del lienzo. Lo que surge, como no podía ser menos, es otra fantasmagoría, otra relación claudicante antes de ponerse incluso en actitud de reflexión.
El que se nos ofrezca este espectáculo desnudo de la carnicería virtual, como un producto de ensamblage, recolección y apropiacionismo hipertextual, parece una estrategia artística fallida ya que, si bien no se le puede pedir que transite por otros caminos, si puede explicitar los momentos de contradicción en ese chocar de texto e imagen en la simulación de la que ambos toman su razón de ser. Parece que el artista se concentra en mostrar, de indicar, de proporcionarnos un trozo de realidad en la hipermediación de texto e imagen, pero sin traspasar el fino velo de la simulación.
Nada, en la superficie de las relaciones que se despliegan, es esperado. Ningún acontecimiento vendrá a insertarse y crear otro poco más de sustrato informacional. Ningún espacio por el que pueda desplegarse algo mas que no sea la claustrofóbica densidad de un enmarañarse, una vez más, en el bombardeo mediático se deja ver en el lienzo. Ya nada escapa. El punto de fugo, al consistir en la virtualidad de lo real, es tan plano que nos damos de bruces queriendo ir un poco más allá.
Quizá ocurra que es lo que toca y nosotros sin saberlo. O, más bien, deseando no saberlo. Después de todo un discurrir posmoderno en la estratificación genealógica de imágenes hasta su vaciado abyecto, quizá no nos queda más que eso, imágenes-simulacro y texto-información, con lo que llenar y poblar nuestro mundo. El arte entonces se situaría a mitad de camino entre la cercanía de lo obsceno y el tomar distancia para poder ejercitarnos como voyeur de una realidad escenificada de la pornografía.
El no querer plegarnos tan de inmediato, o por lo menos de una manera no tan obvia y manida, a lo planteado por el artista, encontramos la necesaria grieta que toda práctica artística debe de llevar en sí misma y por donde poder escaparnos.
Que tengamos esa necesidad no significa, ni mucho menos, que estemos en lo cierto. Pero un lugar por donde respirar no es necesario. Si no, incluso nuestra propia contemplación formaría parte de la red de simulacros que la propia realidad despliega: obra y espectador, dos realidades fagocitadas en el carácter simulacional de su acontecer.
Si es eso, el artista lo ha conseguido.

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